Alguna vez Gabriel García Márquez dijo “Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su pasado.” Esta frase se traduce a la simple incongruencia y contradicción evidente en el discurso de aquellos denominados superiores. Alardean de su ejemplar accionar, llevándose los créditos de una riqueza construida sobre una región de sangre honorable y huesos fuertes. En aquella época, en la que solo éramos admiradores de la mística naturaleza, animales con sed de oro, acabaron con lo que sería hoy en día, una tierra de sublime porvenir; y desde ese momento, nos hacemos llamar la América Latina desolada. Privados de cualquier impulso, nos montamos en la nube de ilusiones que prometía protección y seguridad ante el mundo cruel; pensábamos recibir apoyo para salir adelante, porque tenemos la ignorante convicción que solos no podemos. ¡Es momento de despertar de esa pesadilla construyendo, con ímpetu, un bloque de naciones fortalecidas, cuyos cimientos sean hombres y mujeres capaces de lograr su libertad!
Nuestra sentencia fue marcada, aquella vez que usurparon nuestras riquezas, nos creímos el cuento que éramos menos y fuimos condenados a recibir migajas. Además de llevarse nuestras piedras preciosas, que en aquel entonces solo eran fuente de admiración y gracia, se llevaron nuestra dignidad. Soñamos con la imagen de una nación venerable, pero quedamos de brazos cruzados mientras presenciamos la película titulada: “El acabose de Latinoamérica”, mientras somos pisoteados y despreciados. Pero, ¿cómo se valora lo que a simple vista no demuestra valor?, ¿cómo se puede respetar lo que aparentemente no es respetable?, ¿cómo ver lo invisible? Primero fue la madre patria y ahora aquel gigante de estrellas blancas con rayas rojas. Mientras se lucran a diario con el sudor y el corazón exprimido de sueños sin cumplir, nosotros, los criollos, quedamos con la utópica imagen de los programas de televisión, con el deseo que nuestro hogar algún día se asemeje a aquella pradera de oportunidades. Claro, como no ganar una carrera cuando todos los competidores se aprovechan del más ágil para acabar con él.
Ahora, solo vemos noticias que suelen restregarnos el triunfo de los sagaces líderes europeos; sin duda alguna, consiguieron todo por sus estrategias y movimientos impecables. Es igual de fácil limpiar agua derramada que sangre derrochada. Pero, ahí seguimos, como perros falderos, dependiendo de una miradita para sentirnos especiales. Es que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, así como Prudencia Linero en “Diecisiete Ingleses Envenenados”, quien a pesar de estar en el éxtasis de la civilización Europea, muy en su interior, añoraba volver a sentir las brisas caribeñas de su amada Riohacha. En contraste, la mexicana María, que solo había llegado a hablar por teléfono, le tocó enfrentarse a la dura realidad de ser inferior en una cultura donde todos se creen omnipotentes; si tan solo hubiese sido nativa, talvez hubiese llegado a su destino sana y salva. Ni Gabo, con su amor hacia su preciado Macondo, sabía lo que verdaderamente era saborear las riquezas latinas, porque apenas tuvo la oportunidad, compró un boleto sin fecha de regreso para sumergirse en las frías entrañas de Europa, dejando atrás el inmarcesible camino oscuro y desolado que lo guiaba a su hogar estancado.
Nos hicimos esclavos de la soledad, del conformismo, y de la miseria. Aquellos que se ponen el disfraz de traje y corbata, han acabado poco a poco con la luz intermitente que avivaba nuestra esperanza de brillar. Siempre esperamos que un Mesías escuche nuestros gritos de auxilio, pero tenemos el descaro de confiar en un discípulo de la avaricia y el egoísmo. Le servimos, de plato fuerte, las llaves de nuestras naciones. Luego, se deleitan con el dulce postre del fracaso colectivo. Claro, como no ser exitosos, si nuestras regiones tienen a las mentes maestras con el corazón más corrupto del mundo. Siempre estará en mi mente, esa imagen de mi padre leyendo el periódico en voz alta, describiendo como aquellos que se hacen llamar políticos se robaban el capital del Estado. Ahora entiendo que es el pan de cada día. Por algo llevamos con orgullo la bandera del tercer mundo. Así es como el patrón de la señora Forbes le explicó a sus hijos que los europeos olían a orines de mico, afirmando que era el olor de la civilización. Romantizamos todo lo conectado con aquellos ídolos, que vendieron la idea en la que todo lo que fuese propio de ellos era digno de admirar. Aquel hombre vislumbrado por las glorias europeas, prefirió enviar a sus hijos lejos, antes de dejar reminiscencia de sus raíces. Es imposible conformarnos, si no creemos en nuestro poder intrínseco; al parecer, es imperativo escapar antes que la miseria arrase con todo. Sin embargo, vamos por la vida campante, sin percatarnos que esta soledad abrumadora va a perseguirnos hasta despertar. Cuando dejemos de huir, y empecemos a trabajar por lo nuestro, romperemos las ataduras de conjuros malévolos, que parecen haber embrujado nuestras naciones. El día que decidamos hacerle un golpe de Estado a la ambición y la codicia, dejaremos de ser desdichados.
Como se dice, quien no conoce su historia, está condenado a repetirla. Talvez nuestro presente sería distinto, si nuestro pasado hubiese sido más condescendiente. Pero, nuestro futuro puede ser eminente, si dejamos de esperar milagros, y nos ponemos a trabajar para materializar lo que soñamos. Para aquellos que nos han abandonado, es momento de demostrarles de lo que verdaderamente estamos hechos; sangre guerrera y trabajadora, que logra lo que se propone. No hay mejor venganza ni forma más audaz de acabar con nuestro oponente. Un día nos levantaremos y no estaremos solos, vamos a mirar a un lado y entenderemos qué juntos somos más. Ahí, todo habrá valido la pena.
Muchas gracias.
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